Tras las ramas llegó el turno del árbol.
Un árbol que era un roble.
Al llegar a Constantinopla reconoció la Ciudad centenaria.
Allí se encontraron el Hombre milenario y Pedro.
Habían pasado meses.
Muchas cosas habían cambiado.
Pero no el objetivo.
Conversaron juntos durante horas.
Inmersión de siglos.
Había que analizar los errores.
El Maestro le explicó a Pedro que la fe no era suficiente para los Justos; debían contar con la estrategia para salvar a los inocentes.
Entonces Pedro le contestó que exactamente
por eso confiaba en él.
La cruz sostenía al cuerpo que la había alzado.
Estaban de nuevo juntos.
El roble se colmó de alegría.